Tras
los títulos de crédito imprescindibles, aparece un primer plano de la cara de una
mujer de mediana edad despeinada y tendida en un sofá. La mujer mira con
insistencia hacia un punto situado a la derecha de la cámara pero muy cerca de ella, de manera que en un primer momento puede parecer que mira a la cámara
misma. A este plano le sigue otro de un espacio vacío entre las estanterías
cortadas de una librería, el espacio justo para que quepa un piano de pared
convencional. En el extremo de una de las estanterías descansa, ahora inútil,
un metrónomo. En otro una fotografía de la mujer con treinta años menos y un
niño de meses. Es lo que ella ve. La mujer se levanta del sofá donde ha mal
dormido. La habitación está repleta de discos y de aparatos reproductores de
música. Sobre una mesa hay arrugadas varias hojas de papel escrito, productos
desechados de un intento de escritura, quizá una carta. La mujer se dirige a
una ventana horizontal de doble hoja y la abre de par en par, dejando entrar el
fresco de la mañana y el sonido de la ciudad. Es un piso alto: las copas de los
árboles de un gran parque se dibujan con las primeras luces del día. La mujer
da la espalda a la cámara. Ahora coge una silla, la coloca muy cerca de la
ventana, se sube en ella y…
De
esta manera, para mí magistral, perfectamente recomendable como inicio de un
relato subyugador, comienza la narración de un día en la vida de Lara Jenkins,
el de su sexagésimo cumpleaños. Por supuesto, no voy a contar la película
pero sí a recomendarla vivamente.
La literatura y el cine
alemanes tienen una larga tradición de mujeres maduras muy fuertes, a menudo
desequilibradas por traumáticas experiencias de infancia o juventud, que
encuentran un especial placer en dominar a los demás, sobre todo a hombres
inexpertos, ya sea con un vínculo sexual o solo maternal pero a menudo dejando
entrever un placer por la disciplina no exento del uso de la crueldad mental o
física. En este caso median el estudio y la práctica musicales, tan importantes
en una cultura que ha dado la gran mayoría de los nombres más célebres de la
música clásica. El hijo de Lara se llama Viktor y es concertista de piano y
compositor. El personaje de Lara domina la narración, su punto de vista es único.
La película es sanadora, ayuda a Lara a descifrarse y al hijo a madurar. Creo
que La profesora de piano sería muy
recomendable para cualquier amante de la música y, sobre todo, para esos padres
empeñados en que su hijo aprenda un instrumento a la manera tradicional, con
interminables ejercicios de digitación y otras servidumbres ineludibles para
alguien que quiera alcanzar un nivel técnico superior en un mundo terriblemente
competitivo. La música es placer. Tiene que serlo para el que la escucha y,
sobre todo, para el que la interpreta y la compone, nunca algo relacionado con
el dolor y la frustración. Muy interesante.
La profesora de piano. (Título original:
Lara). Alemania, 2019. Dirigida por Jan
Ole Gerster. Guión de Blaz Kutin. Intérpretes principales: Corinna Harfouch y
Tom Schilling.
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